jueves, 26 de marzo de 2009

CUANDO ESCRIBIR SE VUELVE UN DESEO IRREFRENABLE




Avidez. Necesidad imperiosa. Vacío el cerebro y el alma si no desplazo mi pluma en un trozo de papel, si no sacudo mis dedos en un teclado de computadora, para que cada palabra sea un mundo, propio y ajeno, que me identifique como lo que soy, con una de las cosas que más amo en este mundo: escribir.

Acontecimientos, sucesos, momentos, narrar, relatar, develar, descubrir, volar. Dibujar con todas las letras posibles, explayar, pintar, crear, inventar. Caminar sobre la hoja con la pasión de mi profesión. Espontánea, natural, esencial a mi persona. Inevitable para mis ganas de describir, de contar, de trascender a mi propio ser, por ella, la que a través de siglos ha comunicado a los hombres. Oral o escrita, la palabra incomparable, la escritura, la que nos da hoy y siempre la posibilidad de expresarnos.

Me golpea, late fuertemente en mi sien. Me despierta del letargo. Se desespera por salir. Cuando una idea nace no se la debe encarcelar, lo más placentero para ella y para mí es que nazca, que crezca en un papel o en cualquier otro medio, que se desarrolle, que corra con ganas gracias al lenguaje independientemente de que despierte adherencias o rechazos.


Cuando las palabras me llegan a la mente y más aún quieren salir de mi boca son irrefrenables, un deseo, un anhelo inexplicable de volcarlas, desparramarlas, derrocharlas, desperezarlas en cualquier canal que me sea posible...