viernes, 18 de abril de 2008

SÁBANAS DE CARTÓN

Se cierra tras de mí la puerta del hall del edificio en el que vivo. Hace frío y mi olfato detecta el resultado de la quema de pastizales. Con mi cara aún dormida y nubes de humo cubriendo la ciudad, tomo el colectivo de la Línea 7 a una cuadra de mi casa, como lo hago todos los días para llegar al Instituto. El chofer: el mismo de siempre, saco mi boleto de 45 centavos y me ubico (con suerte) en el último asiento junto a la ventanilla. Enciendo mi mp3 y aprieto el botón para pasar de canción (nunca llega a complacerme una por completo) y también subo y bajo el volumen ( temo quedarme sorda entre mi música y el ruido de la ciudad y temo quedarme ciega por el incesante humo que en estos días vino a complicarnos la rutina). Y entre apretar botones, ver la gente que sube al colectivo, sacar de la mochila los pañuelos descartables ( el humo no le da respiro a mi alergia, ni ésta a mí) y dormitar un poco porque sé que todavía me falta bastante para llegar; se han pasado 15 minutos del recorrido. El colectivo frena frente al semáforo en rojo en Emilio Mitre y Av. Asamblea y a mi izquierda veo una lamentable postal, un hombre de unos 50 años desperezándose en el suelo, con sábanas de cartón y diarios viejos Tiene los ojos tristes ( al menos eso creí ver). A su lado hay una mujer durmiendo, en apariencia de su misma edad. Sus ropas estan hechas harapos y al parecer sus ilusiones también.

No es difícil notar que casi todos los pasajeros del colectivo los observan fijamente, pero en cuestión de segundos quitan sus ojos , ya acostumbrados a ver la misma imagen en varias calles de Buenos Aires. Yo no puedo sacar los ojos de esa situación, tan común y corriente para todos los porteños y a la vez, tan particular a mi criterio porque los sin techo son aquellos que lamentablemente tienen que dormir con sábanas de cartón, mientras algunos lo hacen con sábanas de seda, aquellos que no tienen la elección de tener o no frío mientras otros pueden encender una estufa, aquellos que pueden renegar con toda la razón del calor del verano
mientras que otros encienden sus aires acondicionados al nivel máximo.

El hombre se sienta y refriega sus ojos con sus sucias manos e intenta despertarse una vez más en la realidad que le ha tocado vivir. La mujer continúa tendida en el suelo y se cubre el cuello con una hoja de diario que se está por volar. No quiere despertar, prefiere seguir soñando (si es que todavía conserva las ganas de soñar) e imaginar que mejores condiciones de vida están por llegarles. Él le toca la espalda, como anunciándole que ya es hora de levantarse, quizás a cartonear, o a mendigar en alguna esquina. Ella, no reacciona, y continúa en la misma posición. El semáforo le da luz verde a los autos, colectivos y camiones, bicicletas y motos. Mi cotidiano colectivo número 7 avanza y mis ojos deben despegarse de ellos inevitablemente , pero mi cabeza ( y me atrevo a decir, mi corazón también) seguirá
pensando en ambos por el resto del viaje y del día.

Bajo del colectivo en Bartolomé Mitre y Riobamba. Bajan detrás de mí 3 personas más. Evito una enorme bolsa negra de basura en la vereda y pienso que aquellas dos personas que vi tal vez estén revolviendo alguna bolsa parecida a esa. Buscando en ella restos de comida o alguna prenda que les sea útil. Cruzo la Avenida Rivadavia y camino por Combate de los Pozos. Llego al Instituto con la seguridad de que hay mucho para cambiar, y de que a los argentinos hay muchas cosas que todavía no nos hicieron ruido en la cabeza.











3 comentarios:

Doña Nadie dijo...

Me gustó mucho. Hay dos cosas que me parecieron muy interesantes: el título (dice mucho, apunta a varios conceptos) y el final, porque, lamentablemente, es una triste realidad: hacer de las cosas que no suceden o vemos a diario algo parece normal, casi una rutina.

Pruebas dijo...

Hola...
pasé y me pintó dejar un comentario
lindo blog

saludos!

santiago-j-ferreras dijo...

acá estás!

te encontré

muy bueno el texto, espero que el profesor coincida con nuestro criterio..

y sino, problema de él..

santi.